Para escribir sobre un tema que afecta a la sociedad en muchos aspectos, como es el caso del celibato sacerdotal, no es necesario practicar ningún tipo de religión.
Basta con sentir ganas de aportar ideas que ayuden a mejorar la calidad de vida de quien se decide a seguir una encomienda impuesta en muchos casos por una perentoria necesidad de su entorno familiar y en otros por arraigo o inducción a base de prácticas doctrinales que forman parte de la crianza del individuo.
La Iglesia Católica requiere que sus sacerdotes se abstengan de tener relaciones sexuales y se comprometan a vivir una vida célibe.
Esta práctica ha sido parte de una tradición impuesta desde el siglo XI y se justifica en la idea de que el sacerdote debe dedicarse completamente a su ministerio y servicio a la Iglesia sin las distracciones de la vida marital.
Quien es sometido a una vida con esas limitaciones, tarde o temprano habrá de sentirse aislado y solo.
Lo ideal sería que la Iglesia Católica permita que los sacerdotes puedan optar por el matrimonio y así cumplirían cabalmente con todos los sacramentos dictados por la propia iglesia.
Como se sabe, existen miembros del clero, denominados diáconos, tanto casados como célibes, que tienen la tarea de servir a la comunidad cristiana en una variedad de funciones litúrgicas y pastorales.
En esa virtud, están facultados para proclamar el evangelio, predicar homilías, celebrar y administrar bautismos, matrimonios, presidir funerales, distribuir la comunión y llevarla a enfermos hospitalizados y a los que no pueden asistir a la iglesia.
Los diáconos pueden asistir a los sacerdotes en la celebración de la misa y en otras funciones litúrgicas así como involucrarse en el ministerio social y la caridad.
Solo faltaría que, en reconocimiento a que los diáconos tienen un papel tan importante en la vida de la Iglesia Católica, tanto litúrgicas como pastorales, sean dotados de una ordenación sacerdotal con todas las atribuciones de un cura párroco, así como escalar los demás rangos eclesiásticos.
Por igual, ante la conveniencia de que los sacerdotes y los diáconos puedan tener iguales facultades ante los creyentes en su religión, para poner en práctica las acciones propuestas, sería emitido un mandato papal de aceptación al matrimonio de los sacerdotes, según sea su preferencia.