La República Dominicana de hoy está bajo el dominio lingüístico de una combinación de cantantes y compositores urbanos que usan términos raramente «entremiliaos como si fuera un zumo de apazote con cañafístola».
Han deformado la forma de bailar bachata, a los merengues típicos le han metido por el medio una cosa que le llaman «dembó» que se baila entre una muchachona meneando las nalgas y un varón sobándola por detrás.
¿Quien había visto eso en los tiempos de Siño Ambrosio?
Los diarios y algunos programas de televisión han hecho reportajes sobre el tema que incluyen escenas con la participación de niños, niñas y adolescentes exhibiendo sus habilidades para hacer competencias practicando dicho baile.
El viejo Mingo, un «jalador» de acordeón de la vieja guardia dice que «lo’merengue de ante se bailaban «jalando pacá y empujando pallá» y «si la mujer era pretá y uno se ponía de tracendío, la cosa no se quedaba asina, no…»
«Ahora se fuma de tó, se bebe de tó, se meten droga puyándose con una jeringa, jalan juca, güelen cemento pegasuela y poivo meclao con mile de cosa má» decía Milagro, una vieja vendedora de «mondongo sancochao», quien tuvo que dejar su profesión después de haber sido atracada por «desconocidos» y despojada de todo lo que llevaba encima.
Las conversaciones entre viejos amigos (o amigos viejos) son anécdotas cargadas de ilustraciones de momentos vividos y análisis de otros tipos de comportamientos, principalmente en los campos, donde se cogía lo ajeno por necesidad.
En los viejos tiempos, ladrón era quien tenía la «mala maña» de robar de manera continua y no trabajaba.
Para la sociedad, ese era un «ladronazo», «mañoso» o «tira pa’l monte».
Robar para comer era un secreto familiar que no podía comentarse con nadie, ya que generalmente, quien lo cometía, pertenecía a una familia de santurrones o quizás hipócritas que fungían de devotos de la virgencita de la milagrosa, pero no confesaban esos pequeños pecados al cura que iba, de cuando en cuando, a decir una misa en la capilla del lugar.
Si se hacía algún comentario sobre uno de esos robos para comer, se violaba el honor y la vergüenza que supuestamente estaban por delante en todo y se recuerda la forma de echarle un boche a un muchacho que hablaba de ciertas cosas que debía mantener en secreto.
Siempre se iniciaba con un tratamiento formal de usted, que empezaba más o menos así:
– ¡Papin, venga acá! ¿Qué fue lo que uté le dijo a la vieja Chicha sobre la comía que aquí se cocinó hoy?
– Na’
– ¿Na’? ¿Y qué fue lo que yo oí «clariningo» sobre una pluma y un saco?
– Ah si, pero eso no tiene «na’que vei» con «comía».
-Solamente le dije del vajo de la pluma cuando la queman y la’ceniza se meten en un saco de «jenequén», que también se le pega fuego junto con la basura.
-Pero usté sabe bien que ese pato que se deplumó hoy lo compró Pindingo del «otro lao de la paicela de Pichilo».
-¿Entonce como fue? Primero se la de’prendieron y dipué la prendieron? Eso no se hace cuando se cocina un animai que se compra con dinero sudao gota a gota.
-No trate de enredai la cosa y vete a rezai pa’ que te acuete. ¡Buen jabladorazo! ¡Tu verá cuando llegue Pindingo!
-No tengo sueño. E’muy temprano y yo quiero ir donde Longina a buscar algo que ella me ofreció.
-Esa muchachita siempre tá ofreciendo cosa y nunca cumple. Mejor e’que no te ponga de mojiganga de esa comparona.
-Cada vez que ella me ha ofrecido algo, siempre ha cumplido.
-Yo nunca he vito un regalito de ella que tu haya traído a esta casa.
-Nunca será posible traer lo que ella me regala en el «soberao de la rancheta» de su taita.
-Ten cuidao Papín.! Ya tu ere un hombrecito y si tú le preña esa muchacha a Mongo, va’a tenei que mudaila y haceile una casita aunque sea de yagua.
Tu, ni siquiera cédula tiene. Ten cuidao, vueivo y te lo repito.
Vete a rezai pa’que te acuete, manque sea temprano y deja de daite bombo, que esa muchachita e’muy seriesita y solo se junta con la monja que vienen dei pueblo.
Esa noche, Papín no encontró a su prometida en su casa y se dirigió a la rancheta acostumbrada y tampoco la encontró allí.
Volvió al bohío y preguntó por ella. La respuesta que recibió fue muy convincente:
-Ella le dijo a su mai que iría a un ensayo para una velada que Doña Blanca estaba organizando para el día de la virgen y no quería que nadie lo supiera, porque es una sorpresa para invitar al Padre Morejón y a las monjitas del pueblo.
Así eran las cosas, pero hoy son tan diferentes que a la profesión más antigua del planeta la han convertido en un oficio remunerado con tarifas que deben ser respetadas y pagar una cuota a un sindicato.
Las que exigen sus estipendios en dólares, yipetas, apartamentos y demás facilidades cubiertas por el bondadoso que las conquista, reciben el mote de «chapiadoras», pero ese adjetivo calificativo se lo daban, en otros tiempos, a las humildes señoras que trabajaban, de sol a sol, cortando malezas con un colín afilado, en fincas y conucos rurales. ¡Abismal diferencia!