Hacer que algo pierda su esencia, su forma regular o natural es una deformación.
La tinta derramada para defender el género musical que han denominado bachata y de donde ha surgido el verbo bachatear, únicamente se puede justificar, por la falta de conocimientos sobre lo que ha ocurrido con muchos ritmos cargados de armonía y melodía que, enfáticamente denominan fusilamiento, tal como ocurrió en la octava década del siglo XX con la música internacional que fue convertida en merengue, “salsa”, cumbia y otros ritmos latinos.

Hay experiencias previas, entre las cuales, se cuenta con el excepcional arreglo hecho por Antonio Morel para su orquesta, con la música del famoso tango La Cumparsita del uruguayo Gerardo Matos Rodríguez y así darnos el lujo de escuchar y bailar esa joya en tiempo de merengue, al repique de nuestra autóctona tambora.
Hace unos días, un tweet publicado por una dama, cuyo avatar la describe como reportera, correctora y editora, expresa que “la bachata es más Marca País que el merengue”.
Siempre que se desee escribir una buena historia hay que haberla vivido o se tiene que depender de lo que otros hayan querido interpretar acerca de los eventos que la conforman. Gozar de una buena memoria también es parte del éxito en los relatos, aunque siempre será una gran ventaja, adornar lo que se escribe con ciertas metáforas y alegorías sin quitarle autenticidad a lo que se desea transmitir.
Los sones escritos y musicalizados por autores cubanos son auténticos manjares de la originalidad y por eso gozan de la preferencia universal.
Conocer el origen de esa música es un privilegio que hasta nos obliga a hacer comparaciones entre la ejecución de un son compuesto por un músico de Oriente, Camagüey o de Guantánamo, entre los que existen algunas diferencias rítmicas casi imperceptibles, pero conservan su esencia original.
El son cubano fue secuestrado y temporalmente transformado en esa cosa a la que llaman «salsa»; el surgimiento de academias al estilo de Buena Vista Social Club, la mezcla del tango, el vals y la milonga, que le crearon un ambiente receptivo a musicos del calibre de Astor Piazzola, la modernización de la canción ranchera es un hecho consumado a partir de las interpretaciones logradas por muchos cantantes como Vicente y su hijo Alejandro Fernández, Luis Miguel y otros no menos aplaudidos.
A pesar de todos esos «ajustes» realizados, muchas veces con el propósito de lograr atraer al oyente contemporáneo y festivo, tanto el son como el tango y la canción ranchera conservan intocables esa esencia original que los caracteriza, pero la bachata dominicana, al estilo de sus intérpretes originales, ha desaparecido casi por completo.
De ese fenómeno no es necesario buscar culpables, ya que las iniciativas de muchos intérpretes en el sentido de bachatizar melodías como Por Amor quizás sirvieron para internacionalizarla al igual que el famoso y peculiar album Bachata Rosa.
Quizás es una forma generosa de recordar a uno de nuestros bachateros clásicos que «fusiló» la composición «un beso y una flor» que interpretaba el cantante español Nino Bravo, pero lo cierto es, que no es lo mismo una bachata en Fukuoka que una en Borojol con sudores, aromas, tabaco y ron criollo.