Cuando Nicodemo, José de Arimatea y Pablo conocieron a Jesús de Nazareth fue en secreto.
Los dos primeros eran miembros del Sanedrín, el famoso consejo de personas de la tercera edad que decidía todas la acciones de justicia en Israel por mandato impuesto por Moisés, quien recibió la encomienda de su Dios de “coger 70 de entre los ancianos de Israel y haz la Asamblea de Israel”, constituyéndose en tribunal supremo en materia penal, civil y sobre todo religiosa con la aplicación estricta de la Torah o Ley Sagrada.

Pablo logró conocerlo, después de la resurrección, cuando se dirigía a Damasco en persecución de simpatizantes del cristianismo.
Las escrituras cuentan que Saulo, nombre original de Pablo, antes de ese momento era un enemigo acérrimo del cristianismo.
En conclusión, los tres personajes conocieron en secreto al que se promovía como el hijo del padre, los primeros a espaldas del sanedrín y el último de una manera tan especial que lo obligó convertirse al cristianismo.
De ahí en adelante, las reuniones secretas, los cónclaves entre tránsfugas, los acuerdos de aposento y todo tipo de negociación política es factible.
Hoy en día, la República Dominicana sigue con ese patrón de concertación y todo está dado para que quienes luchan por una causa, si no logran un tipo de consenso coyuntural, jamas lograrán su objetivo.
¿Quo Vadis?
F. Javier Blasco escribió y publicó que Quo vadis es una expresión latina que significa ¿Adónde vas? Se la vincula a una tradición cristiana que gira en torno a San Pedro cuando allá por el año 64 se incrementó la persecución contra los cristianos por parte del Emperador Nerón al ver que el número e influencia de estos iba en aumento. Por aquel tiempo, y de acuerdo con los Hechos de Pedro, este sufrió un arrebato de temor a ser ejecutado y decidió abandonar la ciudad de Roma; pero, nada más iniciar su escapada se “encontró” con Jesucristo reencarnado que iba cargando una cruz. Pedro se le acercó y el preguntó: «Quo vadis Domine»-¿Adónde vas, Señor?- a lo que Cristo contestó: “Romam vado iterum crucifigi” -Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo-. Avergonzado por su actitud, el discípulo volvió Roma y continuó su ministerio hasta que murió crucificado.
Por derivación, solemos emplear dicha frase siempre que nos enfrentamos a situaciones graves y nos preguntamos a nosotros mismos o a los responsables de dicha situación, cual es el camino que debemos emprender o, también se usa si tratamos de reprochar una dirección o deriva adoptada si aquella pueda ser causa de nefastas consecuencias para una colectividad o empresa.