El entusiasmo que desde el 16 de agosto de 2020 se ha visto por el fomento de la actividad turística en República Dominicana no tiene parangón en la historia.
Es un auténtico desborde de optimismo, a pesar de que estamos en medio de una crisis sanitaria, a causa del coronavirus que ha despachado de la faz de la tierra casi un tres por ciento (2.887%) de la población que ha sido contagiada.
El presidente Luis Abinader ha anunciado obras turísticas de gran envergadura en Pedernales, Montecristi, Puerto Plata y otros puntos estratégicos que serán claves para ese esperado desarrollo.
En la ciudad capital se han rumorado algunas acciones en pro de echarle combustible a la industria sin chimeneas y parece ser que se han olvidado de la emblemática calle El Conde, llena de “buhoneros que arrabalizan con ruido y con artículos de tienda de recuerdos disfrazados de artesanía local y esperpentos “artísticos” se apropian del espacio de todos”, como fuera descrito recientemente por Inés Aizpún en uno de sus acostumbrados trabajos periodísticos en Diario Libre.
Se nos ocurre pensar, lo exitoso que ha sido el hecho de que la famosa calle Corrientes de Buenos Aires, desde abril de 2019, empezó a usarse a manera de ensayo, hasta convertirla en dos carriles, uno peatonal y otro vehicular, con ciertas reglas en cuanto a horarios, velocidad y otros detalles importantes para disfrutar de toda la riqueza cultural de esa arteria.

La República Dominicana puede hacer algo semejante con El Conde. Nos imaginamos los vehículos transitando desde la calle Palo Hincado hacia Las Damas y una reingeniería de las actividades donde deben primar el buen arte, la cultura y los lugares destinados a llenar necesidades de alojamiento y comida.