Cada vez que los dominicanos se ponen a hablar de lo ocurrido la negra noche del 25 de septiembre de 1963, lamentablemente, nadie se atreve a decir algunas cosas, ya que la excesiva consideración a ciertos personajes de la historia,  vence la plenitud de conciencia. 

De inmediato se habla de la intervención del Pentágono, del centro de entrenamiento de Cantave y muy pocos opinan como algunos elefantes, quienes dicen,  que Juan Bosch no tenía deseos de ejercer el poder. 

Eso es posible. Pero tampoco se puede demostrar con hechos que sea cierto. ¿A quien no le gusta eso? 

Los elefantes piensan que desde el 30 de mayo de 1961 al 25 de septiembre de 1963 (menos de tres años), ocurrieron tantas cosa, que por un lado, eran agradables para un pueblo que sale de una férrea dictafura de más de 30 años, pero que no eran para ciertos sectores poderosos que habían hecho fortuna en los últimos cincuenta año a base de estar en la lista de los «no desafectos» del régimen. 

Ese era (y es) un sector silencioso que no sale a las calles con banderas y cartelones, sino que analiza en silencio y también conspira en silencio. Hay que cuidarse de esos sectores, ya que cualquier decisión gubernamental «hay que consultársela» para que no se pongan «bravitos». 

El mundo sabe que Bosch era terco, difícilmente variaba su posición aún en caso de que la sometiera a debate entre sus consejeros, si es que los tenía. 

Era un chovinista exacerbado. Se atrevió a «romper la tradición» al eliminar el champán en la ceremonia de su toma de posesion.

Escuchen su discurso:  http://vanguardiadelpueblo.do/2014/02/07/discurso-juan-bosch-en-toma-de-posesion-en-1963/#prettyPhoto

Mientras el pueblo sufría los rigores de la satrapía trujillista, Juan Bosch estaba en un exilio dorado, donde la democracia era plena y personajes del calibre de José Figueres eran sus amigos y guías para aprender las mejores lecciones sobre la democracia. 
El 27 de febrero de 1963 empezó a haber cambios hacia una democracia verdadera, al extremo de unos días después, se promulgó una nueva constitución (la mejor que ha tenido República Dominicana), pero resultó ser un cambio muy brusco para los dominicanos. 

Así empezaron a cambiar las cosas,  pero de manera muy rápida, repentinas, inesperadas.

 Surgió la tristemente célebre «aplanadora» que era una forma caricaturizada de denominar un brusco despido de personal de la burocracia estatal y muchas cosas más,  que siendo buenas, tenían que ser adoptadas de una manera estratégicamente paulatina, ya que afectaban muchos intereses de esa oligarquía criolla acostumbrada a vivir dentro del decapitado régimen trujillista. 

A juicio de los elefantes, el fatídico golpe que hoy recordamos con tristeza y que tantos problemas le ha acarreado a este país en que vivimos, tiene un alto componente de los ingredientes que hemos citados. 

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